Chola Elizondo
Lía Elizondo nació el 1º de octubre de 1931 en el departamento de Treinta y Tres del Olimar (como a ella le gustaba llamarle). El 12 de abril del 2006 nos abandono físicamente. Y esto no es una frase hecha, sino que implica que nos ha dejado un legado para aquellos que la conocimos y para aquellos que aún la pueden conocer.
En 2001 publico su libro “Re- cuerdos”, dedicado a aquellos personajes olvidados de su pueblo que no merecían quedar en el olvido, y desde su vivencia intento rescatarlos.
Chola dedico su vida entera a los demás. Ya que desde su juventud como maestra rural se dedico a pelear por los mas pobres, y claros reconocimientos tuvo de ello. Desde sus primeros tiempos de militancia se definió por el anarquismo y en sus últimos años se definía como libre pensadora. Siempre despreció lo material y adoro al ser humano.
El amor fue una de sus principales fortalezas. Tanto humanismo y dignidad le costo en los años de dictadura pasar varios de ellos como presa política. A pesar de vivir sola jamás lo estuvo. Siempre acompañada y rodeada de solidaridad, la cual también se encargaba de distribuir. Este escrito en particular, implica mantener en la memoria colectiva acciones cotidianas de un ser humano formidable (así lo definía Chola y lo compartimos) como fue Luís Iriondo, que por ser acciones cotidianas denotan una forma de ver el mundo y actuar sobre el.
Poema en un muro de su casa
escritos sobre Luis Iriondo
en memoria de LUIS IRIONDO GARCÍA
Allá por el mil novecientos sesenta y tres, llegó Luis Eduardo Iriondo García, a la Charqueada, hoy Enrique Martínez, en el mapa, pequeño caserío al este del Departamento y a orillas del río Cebollatí.
En la misma casa compartimos sueños, soluciones y utopías junto a mis dos niñas y su pareja.
Médico dijeron; empezó a funcionar la policlínica de Salud Pública, a media cuadra de nuestra vivienda.
A pie o en una bicicleta de mujer, destartalada y vieja, pintada de azul en tiempos de nueva, recorría la villa, el poblado de Acosta, el pueblo rochense de Cebollatí y cuanto hogar lo formaba.
Allí donde lo precisan está presente, camina de prisa con pasos cortitos, sonriente, fraternal. Con una paz en el alma, dulce tranquilidad de espíritu, y extraordinaria bondad alivió los dolores ajenos, más que con las medicinas que pudiera suministrar. Dicen en la Biblia, que la medicina de la vida es tener un amigo fiel. Los que le conocimos, los que lo sentimos amigo hemos creemos en esa medicina.
Nunca se cerraron las puertas de su casa aunque nos trasladáramos a Montevideo, lo hacía por si alguien necesitara algo, principalmente los muchachos jóvenes, amigos que solían usar sus ropas domingueras.
A cualquier hora, en cualquier hogar, allí está Luis al servicio de la gente.
Siempre defiende al obrero, al desventurado, al desdichado, al que soporta las penurias con dignidad.
Esta remembranza que doy a conocer a las nuevas generaciones de médicos es un deber para mí, y los relatos siguientes lo confirman y se pueden comprobar porque aún vive gente de esa época.
Ésta semblanza me lleva a rechazar aún más la indolencia que domina nuestra época actual frente al indigente.
Pido las nuevas generaciones contribuyan a replantear los actuales problemas sociales y de salud con rebeldía, con hechos, con ejemplos con firmeza como lo hizo Luis.
Si la vida es sueño, también soñar es vivir.
Capitulo I
Rememorando hechos que viví:
Horas de charlas juntos que cada día agrandaba más nuestra amistad
Hasta hace unos años guardaba billetes enviados por algunos de aquellos pacientes, que a diario llegaban a la policlínica o a su casa.
Decían: Dr., mándeme jarabe para la tos, luminales, pomada, alcohol, agua oxigenada, yerba, jabón y azúcar”
Desde el almacén de la esquina se completaba la receta.
Capitulo II
Expresó Comte alguna vez que solo los buenos sentimientos pueden unirnos, el interés jamás ha forjado uniones verdaderas.
Laureano vive a monte, planta, cría gallinas y chanchos. La chacra o sea el pedazo de tierra que según nos dijo, le dejó “el finau Artigas”, es su orgullo. Allí va Luis de tardecita a disfrutar de aquello y de aquel hombre rústico, a tomar mate y oír sus experiencias. Laureano tiene una familia. Una compañera y dos gurises. Una mañana a la niña se le ocurre arrancarle una muda de boniato para cocinar a sus muñecos de trapo. El enojo, el dolor o la pérdida, lo sacan de quicio. Toma un terrón y lo tira sin alcanzar el blanco. La madre enojada denuncia el hecho. Laureano va preso.
Luis vive al lado de la Comisaría. Oye la voz fuerte de Laureano que se defiende frente al guardia y recordando a Renard cuando dijo: Un amigo es aquel que adivina siempre cuando se tiene necesidad de él. Luis se acerca.
· Le pegó a la señora - dice una voz.
· ¿Es cierto lo que dice el señor?
· No Dr., no, yo no le pegué nada.
Luis va donde el comisario,
· Si Laureano dijo que no le pegó es porque no lo hizo y yo lo afirmo.-
· Semo amigo de verdad, semo amigo.- me dijo cuando lo soltaron.
Capitulo III
Pasan los años. Laureano se enferma y es trasladado a Montevideo, al hospital Saint Bois . Tuberculosis dijeron. Tenía los pulmones llenos de "oyin", pues sus últimos años los dedicó a hacer hornos de carbón. Yo le aviso a Luis. al poco rato llega a la sala y encuentra a Laureano llorando.
· ¿Qué te duele? ¿Por qué lloras?-
· La señorita me retó, porque no me dejé bañar por ella. Es una gurisa. Luis ¿cómo voy a permitir que me lave el culo?-Luis llama a la enfermera y en tono lacónico :
· Pídele disculpas, no ves que es un señor de edad.-
Lee la historia, pide el alta y lo lleva para su hogar. Allí Margarita, la abuela Margarita, cuñados y sobrinos le brindan toda la atención que pide Luis como a un familiar querido. Y sin ser creyente demuestra lo que en la Biblia se lee: un amigo fiel es la medicina de la vida.
Luis lo lleva a recorrer la costa del Río de la Plata, cosa que deja sin palabras a Laureano, quien nunca había abandonado los montes del Cebollatí.
Laureano vuelve para La Charqueada. Lo manda acompañado de un sobrino, por temor a que Laureano se ponga nervioso.
Muere Laureano y Luis lo llora como el gran amigo que fue.
Capitulo IV
La vida es sentir alegría, es compartir momentos de felicidad y de tristeza. Es la vida de un libre pensador, idóneo en medicina, intachable, que evoco y desafío a quien quiera inquirir si alguna duda cabe, aunque parezca inescrutable lo que aquí relato. Nunca se sintió superior, nunca infalible. Sentimientos e intelecto guiaron sus pasos. Ojalá a este río, un día le aparezcan sus afluentes.
Una tardecita de invierno, fría y gris, llega del monte en un bote raído y viejo, sola y sus 85 años: “La Mulata”.
Viene descalza, mojada, sin pañuelo en la cabeza y con un ataque de asma que le impide hasta expresarse.
Luis en su altruismo responde al momento. Le suministra los medicamentos correspondientes.
Me llama desde la policlínica, por intermedio de otro paciente y me dice:
· Dame los zapatos nuevos que me regaló la vieja de cumpleaños. Están en la mesa de luz.
Los llevo y pregunto:
-¿Estás de fiesta?.
Los agarra, se agacha, se los pone a la Mulata vieja, los ata y le dice
-Vamos .
Cruza el pueblo llevándola del brazo hasta el muelle. Allí solicita un bote sano y fuerte. La cruza cuando ya la ve totalmente recuperada y la acompaña hasta su humilde ranchito en las costas del Cebollatí, del lado de Rocha.
La Mulata intenta quitarse los zapatos.
· Deja esos zapatos, procura estar tranquila y con los pies secos y al abrigo.
Capitulo V
Derrama lisura, se acerca a un ranchito humilde, lúgubre hogar del Cebollatí de Rocha.
Impasible, impecable quita la aldaba de la puerta de dos hojas. Un exquisito olor a tortas fritas llena la atmósfera. Respira hondo y se agranda el hambre que trae después de haber pasado sin cenar y la mañana en la policlínica sin desayunar.
Su destartalada y vieja bicicleta llega desinflada. Se la entrega al dueño de casa y entra donde está el niño enfermo. El sexto hijo de un taipero sin trabajo y de una mujer en pelea continua con la vida.
-Por favor, disculpe Doctor, espere un momento que saco el brasero para afuera y continúo el almuerzo.
· ¿Cuánto le debemos Doctor Luis?. Ya inflé su bicicleta.-
· ¿Qué tiene Juan Luis, Doctor?
· Tiene fiebre. Una gripe se avecina, no es nada serio, les dejo acá los remedios que traje.-
insiste, María Inés, ¿Que le debemos Doctor?
· Ya que insistes y me provoca ese olor, dame una torta frita para el viaje.
Deuda saldada. Sube a su bicicleta, saborea la torta. El niño duerme. Consulta cobrada.
Capitulo VI
Corría el año 1969. terminan las vacaciones de Julio. Pura coincidencia, el mismísimo día que llega Rockefeller a Montevideo surge una fiebre que hace clausurar las clases. Ya habíamos salido todos los maestros rurales en los ómnibus de la mañana cuando escuchamos en el informativo radial la clausura de las Escuelas, por lo que volvimos a la ciudad.
En el control de ómnibus municipal me esperan para que continúe el viaje a Charqueada ante de llegar a mi casa por que Luis estaba con una hepatitis de último grado. Ya han ido a buscarlo dos médicos, y en un tercer viaje fue enviada la ambulancia para traerlo. Luis se niega a internarse en el hospital por tercera vez. Como era inmensa la amistad que nos unía esperaban que yo lo trajera aún contra su voluntad
Al bajarme del ómnibus frente a su casa le grito enojada, desde la puerta:
-Es absurda tu actitud, ¿estás de mártir, buscas llamar la atención, ser laureado?.- y otro montón de vulgaridades buscando molestarlo y que desistiera de su actitud.
· Te doy una hora o lo que necesites para inventar las razones que te llevan a esta actitud ridícula.
· Compañera,- el tono y expresión de su rostro me hacen sentar a los pies de la cama y espero nerviosa y en silencio su respuesta, mientras él sin sábanas y sin camisa, se recuesta al respaldo, amarillo como yema de huevo y con dolor en sus ojos celeste.- Detrás del cementerio en un hogar indigente hay dos negritos con hepatitis, que no puedo solucionar. Al lado de la cancha de fútbol, un viejito con la misma enfermedad y Doña Marta y un nieto, al final del pueblo están en tétrica situación. He mandado notas al hospital solicitando ayuda y traslado de los mismos y nadie me ha contestado ni una de las cartas donde pido auxilio para ellos. Conteste mi pregunta y voy para allá si cree que estoy actuando mal. ¿Porque soy el doctor debo ir?¿Dejo a esta gente abandonada?
Cuánta verdad hay en las palabras de Cicerón cuando expresa. Todas las almas son inmortales pero la de los justos y héroes son divinas.
Me voy. A los pocos días sube al ómnibus de Soneira y llega a mi casa . Sin su autorización llamo a sus padres. Viene un tío y se lo lleva a Montevideo.
Capitulo VII
Me voy a la Escuela Nº 15, 7ma sección del Departamento. Se enferma una alumna, hija de un taipero de la zona. Los padres me piden ayuda. Queda internada con un diagnóstico de tuberculosis. Me entero que tiene un quiste hidático y pido urgente traslado a la capital. Allá vamos con el padre quien me confía la solución del problema. Llegamos los dos al Saint Bois. Entro y en una sala de mayores tuberculosos está Lucia, con sus catorce años cumplidos ese día diciendo que tiene frío y llora.
Llamo al médico de guardia quien espera la autorización para operar. El padre me dijo:
· Resuelva usted maestra.- De modo que mando a un sobrino a preguntar a Luis, que hago en esta realidad ajena a mis conocimientos, que me mande decir si autorizo la operación, pero que no se mueva. La hepatitis seguía en proceso.
A la hora y media, en un taxi, aparece en el hospital, de pijama y con un sobretodo negro, tan amarillo o más que días atrás.
Entró sin permiso al lugar donde están las historias médicas de los pacientes y se detuvo frente a un casillero, del que retira un sobre. Parece entonces una enfermera que le pide que se retire pues la entrada allí está prohibida. Soy médico - afirma mostrando su carnet, y es la primera vez que le oigo expresarse así.
Aparece entonces un médico que lo reconoce, lo rezonga y lo lleva a sentarse.
Entro y Lucia ya está en una sala con dos camas, donde la preparan para la intervención.
Viene a mi memoria Séneca y sus palabras:- “Obra de manera tal que tus actos puedan servir de ley universal”.
Capitulo VIII
Si podéis curar, curad; si no podéis curar, calmad; si no podéis calmar consolad. Murri lo expresó y Luis lo llevó a los hechos.
Don Peluffo, italiano viejo, con una enfermedad terminal yace en la miseria de un rancho de paja, sin cama, sin colchón encima de un catre, sin una silla, sin pensión ni jubilación alguna. Un montón de nietecillos y una hija que para mantenerlos trae cosas en un carro desde la frontera para vender en la zona.
Con paciencia de hijo, con su innata forma de ser, irradiando bondad se acerca al montón de casas a pie, a una legua de La Charqueada, cansado, con sueño.
La hija lo espera en la portera. Don Pelluffo ya no se queja.
· Dr., este viejo está con mañas, se le avisa que usted viene llegando y se alivia.-
Luis contesta impasible:
· Si mi presencia lo alivia aquí estoy yo. -
Luis hacía colecta entre los que podían para comprar y llevarle morfina.
Anochece y duerme el hombre viejo. Luis llama a la hija, le pide un trapito y un tronco de árbol para sentarse.
· ¿Para qué el trapito Doctor? -
· Estoy cansado y con sueño, che y si arrimo a la paja mi cabeza puedo cortarme la oreja.
· ¿Por qué haces esto?, quédate en la Escuela.-le dije.
Me contesta como si fuera a descansar en el mullido lecho de una recamara:
· Descanso un rato, mañana la policlínica se abre temprano, no creo que pase de esta noche y no quiero que muera solo.-
Al amanecer en un carro lo lleva hasta el cementerio de La Charqueada y más de una lagrima mojó su rostro.
Capitulo IX
Cruzando la balsa (del Peludo) a una o dos leguas más o menos, hay una Escuela donde asisten los hijos de peones del arrozal Barreto. Escuela del Borbollón, la llaman.
Los hombres, jóvenes y viejos, uruguayos y brasileños, descansan en el suelo sobre bolsas de arpillera en los pabellones que son lugares que el patrón les da para dormir.
Un brasileño, un peón brasileño está enfermo.
Me llaman, me acerco y levanta la cabeza y me contesta: “intestuins no tein fundamento”. Ante tal diagnóstico me quedo sin solución.
Llamo a Luis por intermedio de otro obrero que a pie recorre las distancias y lleva mi informe. Aparece en el mínimo de tiempo que se pueda creer, en un sulky tirado por una yegua mansa y mañera que le habían regalado para que usara de ambulancia , en casos como estos.
Ríe el peón cuando me cuenta la ayuda que le solicitó el Dr. frente al manejo del sulky:
-Yo llevo las riendas, tu le pegas a la yegua.
Lleva al enfermo a su casa, pues para la sala de auxilios de la villa de La Charqueada, recién se iniciaban trámites. Poco tiempo después comenzó a prestar sus servicios en lo que hoy es la Prefectura de Marina.
Capitulo X
Dijo Napoleón l : el alma reina en donde quiera :Desde el fondo de los calabozos ella puede elevarse hasta el cielo.
Como luchador social, fue llevado a la cárcel. Ni aún esa realidad cambia su innato proceder en abril de 1972.
Cuando se le acerca el soldado con los órdenes correspondientes al momento y en tono lloroso le habla:
· Mi madre se salvó gracias a usted Doctor, y a sus cuidados, su dedicación, sus remedios. Ahora yo en esta situación - no puedo, no puedo cumplir con las órdenes del superior de turno.
· Cumple, cumple con tu deber che, no olvides que tienes una familia para mantener.
Sufrieron los dos el momento.
Capitulo XI
Corría el año 1977, especial y doloroso año para los que estuvimos en prisión. Sin posibilidades de trabajo ya que todos fuimos destituidos por la justicia del momento.
Había recurrido yo, a casa de un familiar querido en Montevideo.
Vivía en la esquina de Aparicio Saravia y San Martín, humilde grupo humano, solidario sin mirar a quien, aunque yo comenté mi realidad, conseguí amigos, conseguí comida y hasta ropa para usar.
Le dan la libertad a Luis. Su familia vive en el centro de Montevideo. A la tarde siguiente va donde yo estoy. Una señora con tres muchachos escolares, sin compañero aparente nos invita a tomar mate. Allá fuimos los dos. Beatriz sin mostrar preocupación por nuestros días de cárcel, nos sonríe, nos mira como admirada, ceba el mate que con tanto amor reparte y nos escucha, Oscurece, Beatriz sale adelante para atajar el ómnibus, que viene desde Sayago. Luis nos abraza a las dos. Nos da un beso y me dice al oído:
-¡Cuánto daría por estar con vos acá!
Tiene una esposa y dos hijos. La esposa había conseguido otro compañero.
Un hermano médico que mucho lo quiere, una madre cariñosa y de abolengo y un padre empleado en el Senado de la República, que demuestran al mundo la felicidad de tenerlo entre ellos otra vez.
Capitulo XII
Cambia nuestro Uruguay su realidad social. Luis es restituido a un cargo ganado por concurso, al hospital de T y Tres.
Una enfermera me cuenta que el primer día que inicia su tarea, ella lo llama: -Doctor, doctor, hay más de 20 pacientes esperándolo.
Acostumbradas a dirigirse así a ellos no entiende la actitud de Luis cuando se le acerca y le dice:
· Me llamo Luis, che.-
Al otro día, pesa más la costumbre o es el asombro de aquella mujer. El no la deja empezar como es habitual.
-Doctor, doctor.-Luis se pone sordo.
· Me llamo Luis, ya te dije.-
Al tercer día se repite la forma de nombrarle, y ya molesto saca del bolsillo de la túnica la libreta de casamiento de los viejos y se la muestra:
-¿ves, los viejos me pusieron por nombre Luis, y no permito que me lo cambien. Luis Eduardo, para que no confundas más.
Guarda el documento donde se comprueba que es hijo de Horacio y Magdalena. Por madre desciende de los García de Zuñiga. Por padre, de un italiano, nacido en Roma, capital de la bota que leída al revés dice AMOR.
Un hermano médico que siente el más grande de los orgullos por haber tenido un Luis por hermano
Capitulo XIII
Como decía Goethe; solo es feliz y grande aquel que para llegar a ser algo no necesita ni mandar ni obedecer.
Se casó con Margarita y viene a Treinta y Tres con ella, todas las semanas a hacer su policlínica.
Una mañana fría y lluviosa del invierno de mil novecientos ochenta y pico, se levanta, mientras yo duermo plácidamente.
Camina desde la habitación a la portera y desde esta a la habitación en un monologo de pena consigo mismo.
Me despiertan sus movimientos y me enojo. Son las seis y media de la mañana .
· No me molestes, déjame dormir.
Empieza una lluvia mansa, neblina que cómplice con su dolor ya empieza a apurar.
-¿Qué te pasa?. ¿Por qué no te vas y me dejas dormir?. ¿Por qué esa cara de desánimo, inseguridad y tristeza?. ¿Estás quedando loco?.
· Dime que opinas de este instante que estoy viviendo. No quiero ser mal compañero, ya que me llamaron la atención por mi actitud, pero no puedo saber ni ver a esos viejitos que desde la madrugada ya están parados haciendo cola para que yo los atienda.
· Esa gente te quiere y te espera. Confían en ti, en tu idoneidad, no por lindo, no porque seas doctor, no porque duden de los médicos que llegan después de las diez de la mañana, sino por tus actos, tu respeto, tu proceder con el humilde, con el que sufre y eso hace menos dura su espera. Me mira y con ímpetu sale corriendo hasta el hospital. Cumpliendo con él, cumpliendo con los viejitos, cumpliendo con su sentir de hombre más que de doctor y con su inefable proceder irradiando amor, fraternidad, lealtad, que nos obliga a admirarte. Ojalá cunda tu ejemplo de hombre justo, equitativo, generoso, desprendido. Pocos son los sinónimos que encuentro para elogiar su existencia.
Capitulo XIV
Tiene razón Darío cuando dice: Bien va aquel que sigue una ilusión cualquiera, si lleva de la mano su conciencia y si su corazón está con él.
Al amanecer de un domingo llama a la puerta un hombre vestido de gaucho, luce un pañuelo blanco al cuello, bombacha ancha, alpargatas “Rueda” y sombrero aludo.
· La vieja se me desmayó doctor, está nerviosa y sin sueño.
· Espérame que me vista y llevo algún remedio. Saca la bicicleta. Me parece que quedó afuera anoche. Revisá las ruedas y espera que voy a la farmacia de turno porque no tengo nada para bajar la presión y debe ser eso por lo que me decís.
Llegan a pie los dos al ranchito en las orillas del arroyo Yerbal.
Atendida la señora, se sienta en un banquito bajo al lado de la cama de la enferma.
· ¿Tenés pronto mate, che?. El Hombre lo mira dudando de lo que oye.
· Pasa una media hora y Luis resuelve volver a su casa. La señora duerme tranquila. La hora de ir al hospital se acerca. Juan Manuel está tranquilo, la caldera sigue hirviendo en el brasero. Hace girar el cinto y saca una billetera:
· ¿Cuánto le debo Doctor?.-
· Nada, che, nada.-
· No puede ser,¿Mire la hora que es?,¿Cuánto tiempo hace que está usted sentado a los pies de mi madre?.-
· Nada che, nada te dije, no me debes nada.-
· Usted tiene familia, es su trabajo Doctor.-
· Cierto che, es verdad lo que decís, pero yo tengo el sueldo de Salud Pública, que cobro todos los meses.-
Juan Manuel saca un billete de $50, del bolsillo y se lo entrega. Luis ya montado en su bicicleta destartalada y vieja, Juan Manuel parado a su lado, arriba de la vereda en un desacuerdo total. El diálogo que termina en lección.
· Acepte doctor, por favor.-
· Me llamo Luis che. Contéstame ¿Cuántas horas, cuántos días de cansancio, cuántas madrugadas con frío o calor, necesitas vos para ganar esos $50 y me los entregas a mi por diez minutos que atendí a tu vieja. Guarda, guarda, hombre esa plata, que podes necesitar para otra cosa.- Con un apretón de manos, un mañana vengo, ya no hay peligro, la vieja reaccionó bien, presión alta por alguna preocupación, che. Chau.- se vuelve a seguir el día para los demás.
Capitulo XV
Está oscureciendo. Estamos todos pendientes de su dolor. Lo dejamos hacer lo que se le venga en ganas. Lloramos a escondidas para no enojarlo. Suena y suena el teléfono continuamente.
Las lágrimas resbalan por su rostro enfermo. Afirmándose en la pared despacito, llega al baño. Estamos en el comedor tratando de no preocuparle.
· Mujeres.- nos llama a Margarita y a mi.- disculpen pero no tengo fuerzas para torcer el calzoncillo.
No se nos ocurre palabra alguna. Nos miramos y lo dejamos ir hasta la cama.
Está sufriendo. Quizás no tenga calmantes. Apura el dolor.
Sobre las once y media de la mañana de un viernes de abril, pide a Margarita que llame al Sanatorio. Ella lo hace y yo me escondo a llorar en la cocina.
Nos llama enojado, nos mira con dolor.
-¿Ninguna de las dos se dio cuenta que está terminando el turno y los muchachos están cansados, yo no estoy sabiendo la hora. ¿Dónde está mi reloj?.-
Miramos por la ventana y vimos que ya estaban abajo, dos médicos, la ambulancia y varios enfermeros. Margarita bajó en el ascensor y les pidió que dijeran que recién empezaban a trabajar y los hizo esperar hasta el horario en que debían comenzar, antes de dejarlos subir al apartamento.
Tolstoi era uno de sus escritores favoritos, por eso recuerdo hoy uno de sus más grandes pensamientos: no hay mas que una manera de ser feliz: vivir para los demás.
Copio un pensar de Confucio para que lo razonen quienes lean mis reminiscencias:
“AMEMOS A LOS DEMÁS COMO A NOSOTROS MISMOS; MIDAMOS A LOS DEMÁS COMO NOS MEDIMOS NOSOTROS; ESTIMEMOS SUS PENAS Y SUS GOCES COMO ESTIMAMOS LOS NUESTROS. Y CUANDO QUERAMOS PARA ELLOS LO MISMO QUE QUEREMOS PARA NOSOTROS, Y CUANDO TEMAMOS PARA ELLOS LO MISMO QUE PARA NOSOTROS TEMEMOS ENTONCES SEGUIREMOS LAS LEYES DE LA VERDADERA CARIDAD.”
Cuanto más vale un hombre, más sencillo es.
Una vez oí, en una murga de aquellos tiempos, a estudiantes de medicina cantar así:
Mamá yo quiero, mamá yo quiero
recibirme de doctor; si
Tener chapa en la puerta
y un cadillac lujoso....
Ya existían los chalet en Punta del Este y los autos cero kilómetro.
Luis Eduardo Iriondo García vivió esa época pero .....
Lean estas verdades comprobables.
Viviendo para los demás
( en memoria de LUIS IRIONDO GARCÍA)
Lía Elizondo Acosta.
Enero de 2002